La negrura de mi propia tristeza injustificada me hunde en un mar de dolor del que no consigo salir, siendo yo mí único salvavidas solo pienso en hundirme.
Y ahogo mis penas en alcohol dejando huellas de mi llanto por las aceras mientras camino tambaleante hacia mi predicción.
Que no sé si son ganas de morir o de vivir o de morir viviendo, pero este mundo me sabe a poco y no tiene sentido.
Mientras tiro mis recuerdos a cualquier carretera de segunda, me pregunto el por qué sí de aquello y el por qué no de lo otro,
pisoteando todo en el asfalto para mezclarlo con la gravilla, y a ver si así se vuelve negro para no distinguir nada,
porque pensar en el pasado y hurgar en él solo da dolores de cabeza.
Y me tiro a la cuneta agarrando los restos de mi corazón, pequeños trozos afilados de tanto romperlo.
Me corto y no lo siento.
Mi sangre se mezcla con el resto de mis lágrimas y me quedo tirada en la cuneta, con la intención de dormir, deseando que llegue mañana para hundirme de nuevo en un vaso y volver a esparcir mis recuerdos en el asfalto, porque aun hay mucho que pisar, porque aun hay muchas preguntas que pintar de negro.
Porque aun no me quiero lo suficiente para vivir sin la cobardía de la muerte.